Ya lo decía Hipócrates cuando afirmaba que no hay mejor medicina que una buena alimentación y que la prevención es el camino hacia una buena salud. Eso de “somos lo que comemos” parece una obviedad, pero, por lo general, no todos, si nos paramos a pensarlo, cuidamos nuestra alimentación como deberíamos.
Sea por unos horarios imposibles de compaginar con poder dedicarte el tiempo de prepararte la comida y disfrutarla a elegir conscientemente los alimentos más saludables porque no disponemos de tiendas locales y lo único que tenemos es el típico macro supermercado.
Este era precisamente mi caso, por suerte, encontré una empresa que nos traía a la oficina platos de comida casera riquísimos y, de esa manera, al menos podía comer platos más elaborados y que cuidaban sus ingredientes.
Si bien, mi interés por la relación entre la comida y la psicología empezó a tener presencia en mi vida al conocer a la que es una de mis mejores amigas. Llegó nueva al trabajo, al principio apenas hablaba con nadie, era muy discreta y limitaba mucho sus apariciones en público.
En una cena de empresa tuve la oportunidad de entablar una conversación con ella y la conexión fue instantánea. Congeniábamos a la perfección y, con el tiempo, fuimos convirtiéndonos en grandes amigas.
También empezamos a comer juntas todos los días y no podía evitar que me llamara la atención lo poco que comía. Más de una vez le hablé de la empresa que me traía mis deliciosos menús de comida casera para que se apuntara, pero ella apenas comía un sándwich y una mini ensalada.
La verdad es que no entendía cómo hacía para mantenerse en pie comiendo tan poco. Sabía que la acababa de conocer y que no tenía ni idea de su vida, pero no tardé en atar cabos.
La estrecha Relación de una mala Nutrición y un bajo Estado Anímico
En muchas ocasiones las personas conocen muy bien la pedagogía de la alimentación, el problema es que no se adhieren a un plan dietético por muchos motivos: falta de motivación, objetivos poco realistas, creencias de autoeficacia negativas, exposición a estímulos interferentes y, sobretodo, un estado anímico bajo y me daba la sensación que este era el caso de mi amiga.
La relación emociones-nutrición es clara, ya que en momentos de inestabilidad emocional somos más propensos a consumir alimentos grasos. Esto no es positivo para el control de peso y provoca un exceso de grasa en la dieta. Cuando usamos la dieta para calmar nuestro estado emocional, a esto se le llama alimentación emocional.
Las variables psicológicas y emocionales son muy importantes para tener éxito en la dieta, ya que para muchas personas no es un camino fácil. Por otro lado, hay que entender el comportamiento humano y saber que cuando estamos ansiosos o tenemos problemas emocionales, muchos individuos responden con grandes ingestas de comida. Además, el estrés también causa problemas anímicos que influyen en la ingesta alimentaria.
Si bien, a mi amiga no le sobraba peso más bien le faltaba. Me daba la sensación de que estaba por debajo de su peso. Lo cierto es que al no tener mucha confianza con ella era un tema complicado de abarcar.
Un día celebré un evento en mi casa al que vinieron varias amigas, aproveché para montar un catering por todo lo alto con una de mis empresas favoritas, La Frolita. Me encantan sus platos con una carta que recoge recetas tradicionales de la cocina europea: francesa, italiana, alemana, española y también de la cocina americana y argentina. Pequeños bocados llenos de sabor y color, con una presentación elegante y práctica y una variedad que se ajusta a todo tipo de eventos, incluyendo los temáticos.
Una delicia. Todas mis invitadas comían sin dejar nada en el plato menos mi amiga. Entonces, en medio de una conversación de lo más informal comentó que se acababa de divorciar. La verdad que en todos estos meses juntas no me lo había mencionado.
Al día siguiente decidí quedar con ella y ser honesta, expresarle mi preocupación por su salud y hacerle saber que podía contar conmigo para lo que necesitara.
Fue entonces cuando por fin se abrió a mí. Entonces sentí que realmente nos habíamos convertido en buenas amigas. Me comentó que su marido la había dejado por una chica más joven y delgada y desde entonces se había obsesionado con su aspecto.
La verdad es que hasta entonces no había sido consciente de que podía tener un verdadero problema de desorden alimentario. Al final, y después de hablarlo juntas durante semanas la medio convencí para que fuera al psicólogo.
Pronto mejoró y empezó a ver las cosas como realmente eran, es decir, que ella es una mujer estupenda y muy atractiva con o sin kilos de más y el problema era el de un ex marido con el síndrome de Peter Pan.