Hace unos días acudí al psicólogo porque me sentía muy mal. Llevaba tiempo sin apenas dormir. Bueno, para ser más exactos, dormía bastante, pero por tramos, nunca del tirón, de manera que no descansaba. Tardaba mucho en tener sueño para dormir y en la cama repasaba con el móvil las últimas noticias en el Twitter o en el Facebook, entraba en la aplicación del banco, jugaba a algo con el teléfono o incluso dejaba mensajes a mis amigos. Esto conseguía que al final siempre tuviese sueño, porque por la mañana, por el ruido de la calle, seguía levantándome temprano. Así, me dormía un rato en el sofá, en el metro, en el coche si iba de copiloto y hasta había duros días en el trabajo en los que me costaba mantener los ojos abiertos. Y lo peor es que cuando dormía tenía muchas pesadillas, de forma que llegué a tener miedo incluso a quedarme dormida.
Fue difícil la verdad y, desesperada, saqué tiempo para acudir al psicólogo y pedir que me ayudase. Y cuando digo lo del tiempo me refiero a que estaba siempre hasta arriba de trabajo. Soy una de esas personas a las que llaman los nuevos pobres, porque tengo un trabajo pero no es suficiente mi sueldo para llegar a final de mes, por lo que necesito buscar otros empleos. Así, voy siempre mal de tiempo. Tengo la impresión de hacer muchas cosas y nada bien. Como que abarco demasiado.
Y al trabajo, como ocurre al resto del mundo, hay que sumarle lo que hacemos en casa, desde limpiar a planchar, a salir al supermercado, bajar a hacer los recados… Solamente en ir a votar por correo para las elecciones me pasé una mañana entera en Correos. Encima vivo en una ciudad diferente a la de mi familia por motivos de trabajo, así que nunca puedo pedir el comodín de ir a comer a casa de los padres o de pedirles que me echen una mano. Si se me estropea el coche soy yo quien tiene que apañárselas sola, si se confunden con un recibo de la luz, igual…
Esto me hizo sentir desbordada, como si hubiera llegado a un límite. Por lo que decidí pedir ayuda en el psicólogo, para poder dormir y para romper con ese estrés que hacía que incluso tumbada en la cama sintiese cómo me temblaba el cuerpo. Tuve la suerte de dar con Patricia, una psicóloga que desde el primer momento se dio cuenta de cómo me sentía y me recomendó parar. Me dijo que pidiese un par de semanas de vacaciones en el trabajo y que les comunicase a los demás clientes que no podría trabajar durante ese tiempo y que me fuese a un hotel de otra ciudad donde me lo diesen todo hecho y donde no pudiese encontrar nada que me hiciese recordar mi vida o mi rutina.
Así hice y me trasladé una semana a Barcelona, al hotel de lujo Barcelona Mercer. Lo que Patricia me pedía en este tiempo es que estuviese conmigo misma, que estableciese las prioridades y decidiese cuáles eran las cosas de la vida que echaba de menos al no tener tanto tiempo y que las apuntase en un papel. También me pidió que escribiese en un papel cómo deseaba verme dentro de cinco años y cuáles serían los pasos que creía que tenía que dar para lograr ese estado.
Volví nueva de Barcelona. En mi papel venían deseos tan simples como leer más, ver películas de la televisión, de esas que echan después de comer, ir a nadar o salir a pasear. Y deseaba encontrar pareja dentro de unos años y pensaba que para ello debía socializar más con mis amigas para conocer gente y no encerrarme a trabajar.
Así, establecí mi lista de prioridades y, tras romper con todo en ese tiempo, en el que estaba con la tensión tan alta que me acercaba peligrosamente al infarto, decidí que aunque tenía que trabajar un poco fuera del trabajo, no era necesaria la carga a la que me sometía, porque encima mis gustos no eran nada caros y podría vivir perfectamente con algo menos.
Desde entonces duermo a pierna suelta. Esa semana en Barcelona para encontrarme conmigo misma fue un punto de inflexión y desde ese momento estoy mucho mejor. Tenía unas ciertas reticencias en acudir a la consulta de la psicóloga porque creía que solo perdería tiempo de trabajar y encima dinero, pero ahora mismo creo que es de las mejores decisiones que he tomado nunca. De hecho, ya de niña, en mi ciudad, Zaragoza, había acudido a una buena psicóloga, Marisa Hernández Torrijo, que como cuenta mi madre me ayudó mucho a superar el divorcio de mis padres.