Me llamo Mario y, como muchas personas de mi generación (tengo 67 años), siempre le he tenido un miedo bastante tonto —pero muy real— al dentista. De esos miedos que no se explican bien, pero que se quedan ahí desde que eras niño. Cuando era pequeño, ir al dentista era como entrar a una cámara de tortura para mí. El olor a cloro, los ruidos de los aparatos, las caras serias… todo eso se me quedó grabado, y durante décadas lo evité como si fuera la peste. Solo iba si ya no podía más. Y, por desgracia, eso me pasó hace poco.
Durante meses —quizás años, ahora que lo pienso— estuve sintiendo un dolor raro en la cara. No era un dolor fijo ni fácil de describir. A veces era en la mandíbula, otras veces más cerca del oído, otras parecía que me dolía la cabeza por un solo lado. Algunas mañanas me despertaba con la mandíbula tensa, como si hubiera estado mascando chicle toda la noche. Otras veces sentía como una presión en los dientes, incluso cuando no estaba comiendo nada. Al principio no le di mucha importancia. Pensé que era cosa de la edad, del estrés o incluso de dormir mal. Pero con el tiempo, la cosa se fue poniendo peor.
Empecé a notar que me costaba abrir bien la boca, como si tuviera algo trabado. Me molestaba al comer, al hablar, al bostezar. A veces me dolía tanto que me daban ganas de llorar. Pero lo que más me molestaba era no saber qué me estaba pasando. No tenía fiebre, no se me veían caries, no tenía los dientes flojos. ¿Entonces qué era?
Como vivo solo, no tenía a nadie que me dijera si estaba rechinando los dientes por la noche. Yo no me daba cuenta. Dormía solo, así que, aunque hubiera hecho ruido con los dientes, no lo sabía. Y eso, como descubrí después, fue parte del problema. Nadie me dijo nunca que podía estar apretando o rechinando los dientes mientras dormía. Ni yo lo sospechaba.
Al final, el dolor se hizo tan molesto que me vi obligado a hacer algo que no quería: pedir cita en el dentista. Ya no podía evitarlo más. Me dolía demasiado como para seguir ignorándolo.
Primero, me asesoré
Contacté con clínicas como Ubierna Clínica Dental, dentistas en Burgos que combinan experiencia e innovación, y me explicaron varias cosas que al principio no entendí, pero me acabaron dando un consejo que no pude evitar:
“No puedes asesorarte por teléfono de lo que te pasa en los dientes. Lo más sensato es que vayas presencialmente a una clínica dental y que te lo miren y te traten allí”.
Y pensé que tenían razón…
Mi miedo al dentista no había cambiado
La clínica a la que fui no era como las que recordaba de niño. Todo era más moderno, más limpio, y el personal fue muy amable desde que entré. Aun así, iba con los hombros tensos, el corazón acelerado y las manos sudadas. Me senté en la sala de espera intentando disimular mi nerviosismo, pero creo que se me notaba a kilómetros.
Cuando me llamaron, me atendió una dentista joven, muy profesional y bastante simpática. Le conté lo que me pasaba, todos los síntomas, y ella me escuchó con atención. Me hizo un montón de preguntas que en su momento no supe responder con seguridad. Me preguntó si dormía bien, si me despertaba con dolor, si alguien me había dicho que rechinaba los dientes. Le dije que vivía solo, así que no podía saberlo.
Luego me miró la boca con esas herramientas que siempre me han puesto nervioso. Pero lo hizo con mucho cuidado. Me revisó los dientes, las encías, la mandíbula. Me hizo abrir y cerrar la boca, moverla de un lado a otro, apretar. Me tomó radiografías. Y al final, me dijo algo que nunca había escuchado antes en mi vida: “Mario, lo que tienes es dolor orofacial, y parece estar relacionado con bruxismo”.
¿Bruxismo? Esa fue la primera vez que escuché esa palabra.
Descubrí qué era el bruxismo
Me explicó que el bruxismo es cuando aprietas o rechinas los dientes de forma involuntaria, muchas veces mientras duermes. Es más común de lo que pensaba. Mucha gente lo hace sin saberlo. Y puede causar un montón de síntomas: dolor de mandíbula, de cabeza, sensibilidad en los dientes, tensión en el cuello, y más. Todo eso me sonaba familiar.
Me dijo que el dolor orofacial es un término general que abarca todos esos malestares en la zona de la cara, la mandíbula, los oídos, incluso el cuello, que muchas veces no tienen un origen dental, sino muscular o nervioso. Y que, en mi caso, el bruxismo era muy probablemente la causa principal. También me dijo que el estrés era uno de los grandes detonantes.
Todo empezó a tener sentido. Llevaba años acumulando tensiones, preocupaciones, insomnio. Aunque ya estoy jubilado, la cabeza no para. Problemas familiares, económicos, de salud. Todo eso me tenía en un estado constante de alerta, y sin saberlo, estaba descargando esa tensión apretando la mandíbula cada noche.
El tratamiento y el alivio
El diagnóstico fue un alivio y un golpe al mismo tiempo. Alivio, porque por fin sabía qué me pasaba. Golpe, porque entendí que lo había dejado pasar demasiado tiempo. Me explicó que el bruxismo puede desgastar los dientes, dañar el esmalte, afectar las articulaciones de la mandíbula (la famosa ATM), y provocar dolores crónicos si no se trata.
Me propuso varias cosas. La primera fue hacerme una férula de descarga. Es una especie de protector hecho a medida que se coloca en la boca por la noche para evitar que los dientes se toquen entre sí. También sirve para relajar la mandíbula. Me tomó medidas ese mismo día y a la semana siguiente ya la tenía lista.
La segunda fue trabajar en el estrés. Me recomendó visitar a un fisioterapeuta especializado en ATM y también me animó a considerar algún tipo de terapia o actividad relajante. Me sugirió hacer ejercicios de respiración, estiramientos del cuello y la mandíbula, e incluso cambiar algunas rutinas antes de dormir, como dejar el móvil y evitar cenar cosas duras.
¿Cómo fue el proceso?
Al principio, dormir con la férula fue raro. Me sentía como si tuviera un aparato de ortodoncia. Pero al cabo de unos días me acostumbré. Y lo más importante: empecé a notar la diferencia. Me despertaba con menos dolor, menos tensión. La mandíbula ya no se me trababa como antes. Poco a poco, volví a comer sin miedo. Me sentía más descansado, más tranquilo.
No fue mágico ni inmediato, pero sí fue muy efectivo. Y, sobre todo, me sentí acompañado. La dentista me llamó varias veces para hacer seguimiento, para ajustar la férula, para asegurarse de que todo iba bien. Me sentí cuidado, y eso, para alguien con mi miedo al dentista, fue muy importante.
Consejos para perder el miedo al dentista
Ahora que ya ha pasado un tiempo desde que empecé el tratamiento, quiero compartir lo que aprendí con cualquiera que esté leyendo esto y se sienta identificado.
- Primero: si tienes un dolor raro en la cara, en la mandíbula, cerca del oído o incluso en la cabeza, y no sabes de dónde viene, no lo ignores. No lo dejes pasar meses como hice yo. Puede ser algo relacionado con el bruxismo o con la ATM. Y eso se puede tratar, pero cuanto antes, mejor.
- Segundo: perderle el miedo al dentista es posible. Yo tenía pánico, lo reconozco. Pero parte del miedo viene del desconocimiento. Cuando encuentras un profesional que te trata bien, que te escucha y te explica las cosas con claridad, el miedo se va desinflando. Hoy puedo decir que ya no me da miedo ir al dentista. Incluso lo tengo programado como parte de mi rutina de salud.
- Tercero: El bruxismo no es una tontería. No es solo “apretar los dientes”. Es una condición real que puede afectar tu calidad de vida. Y muchas veces está relacionado con el estrés, así que no es solo cosa de la boca: también es cosa de la mente. Hay que cuidarse por dentro y por fuera.
- Cuarto: vivir solo tiene muchas ventajas, pero también hace que no te des cuenta de cosas como esta. Si yo hubiera tenido a alguien que me escuchara rechinar los dientes por la noche, probablemente habría buscado ayuda antes. Así que si vives solo y sientes dolores que no entiendes, no los ignores. Escucha a tu cuerpo.
- Quinto: el dolor no es normal. Aguantarlo no te hace más fuerte. Solo te hace sufrir más tiempo del necesario. Hoy estoy mucho mejor gracias a que, al final, di el paso. Fui al dentista. Y aunque llegué con miedo, salí con respuestas. Ojalá lo hubiera hecho antes.
Así que esa es mi historia
Me llamo Mario, tengo 60 años, y durante mucho tiempo no supe lo que me pasaba. Pero un día, harto del dolor, fui al dentista. Y ahí empezó mi mejoría.
Si tú que estás leyendo esto estás pasando por algo parecido, no te esperes tanto como yo. El miedo al dentista no es más grande que las ganas de estar bien.
Hoy, gracias a una férula, a unos buenos consejos y a un cambio de hábitos, mi mandíbula está en paz. Y yo también.